El Santo Padre aceptó la renuncia de Gabriel Mestre, que llegó a ese cargo desde Mar del Plata. No hubo explicaciones oficiales, pero la decisión causó un enorme impacto

“Es una bomba, sí”. De esta manera, una voz calificada de la Iglesia Católica describió el enorme impacto que generó hacia adentro del mundo eclesiástico la decisión tomada por el papa Francisco de aceptarle la renuncia al arzobispo de La Plata, Gabriel Mestre, a menos de nueve meses de haberlo designado. El purpurado había llegado a ese cargo después de ser obispo de Mar del Plata.

El Santo Padre ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la arquidiócesis metropolitana de La Plata (Argentina), presentada por Su Excelencia Reverendísima monseñor Gabriel Antonio Mestre”, informó de manera escueta y sin explicaciones el Boletín de la Sala Stampa de la Santa Sede.

El purpurado difundió una carta que, lejos de poner luz sobre los motivos de esta abrupta renuncia, aumentaron las especulaciones: “Soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros” (Is 6,5). Con esta frase del profeta Isaías iniciaba mis palabras de agradecimiento en el día de mi ordenación episcopal en Mar del Plata en 2017. Hoy la repito, una vez más, consciente de mi debilidad y la debilidad humana de la bella Iglesia que es mi casa y mi familia. Iglesia Santa por el Ministerio de la Trinidad, Iglesia pecadora por la fragilidad de las personas que formamos parte de ella.

Días atrás, la Santa Sede me convocó en Roma a dialogar sobre algunos aspectos de la Diócesis de Mar del Plata luego de mi traslado a la Arquidiócesis de La Plata al ser designado arzobispo metropolitano por el Papa Francisco.

En la Ciudad Eterna, después de confrontar algunas percepciones distintas con lo acontecido en la Diócesis de Mar del Plata desde noviembre de 2023 hasta la actualidad, el Papa Francisco me pidió la renuncia a la sede platense. Con profunda paz y total rectitud de conciencia ante Dios por cómo obré, confiando en que la Verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32), y con obediencia filial y teologal al Santo Padre, inmediatamente redacté mi renuncia, que fue aceptada y hecha pública el día de hoy”.

El Arzobispado de La Plata es una plaza de especial significación para el papa Francisco. Allí había estado por años su principal rival en la Iglesia Católica en sus épocas de cardenal de primado de la Argentina. A monseñor Héctor Aguer, con visiones pastorales y de la realidad política opuestas a las de Jorge Bergoglio, lo reemplazó por Víctor “Tucho” Fernández, un hombre de sus filas y quizá la persona de mayor cercanía. Juntos habían compartido la conducción de la Pontificia Universidad Católica Argentina. A su amigo, luego, lo nombró en un cargo de enorme poder: ahora es prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Pero esa designación dejó un lugar vacío en La Plata, el Arzobispo que suele rivalizar con la sede de la Capital Federal. Así, el año pasado, en julio, decidió “traer” de Mar del Plata a Gabriel Mestre, un obispo alineado con el Papa y que había tenido una actuación destacada, entre otros temas, con la denuncia pública del caso de un sacerdote que había sido acusado de abuso sexual.

Mestre, a su turno, dejó vacante la diócesis de Mar del Plata, donde se sucedieron entre julio y la actualidad cuatro obispos. José María Baliña, que era auxiliar en Buenos Aires, renunció a menos de un mes de su nombramientos por motivos de salud, personales y familiares. Ante la abrupta salida se nombró allí a Gustavo Larrazábal, que venía de ser obispo auxiliar de San Juan de Cuyo, pero a los pocos días estalló un escándalo de denuncias por acoso y abuso de poder que lo dejaron afuera del cargo. Luego de esos traspiés, Francisco envió a Mar del Plata a Ernesto Giobando como administrador apostólico.

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